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CUANDO EL PUEBLO DICE ¡BASTA! 

Por Orlando

  

  

Este domingo 11 de julio el muchacho se despertó con el cuerpo extenuado. Apenas pudo conciliar el sueño la noche anterior. El calor era insoportable, y a las doce de la medianoche quitaron la corriente eléctrica en todo el poblado. En tales condiciones, sin poder auxiliarse de su viejo ventilador,  debió meterse dentro de un mosquitero para ponerse a salvo de los implacables mosquitos.

 

Aun así, esa no sería más que la noche de un día difícil, tal como bautizaron los Beatles a una de sus más conocidas canciones. Porque el muchacho, para librar a su abuela de las interminables colas que se formaban en el poblado para adquirir cualquier tipo de alimento, ese sábado había marcado en una cola para comprar pollo a las siete de la mañana, y tras una agobiante espera que se prolongó hasta las cinco de la tarde, soportando hambre, sed y los rigores del sol, pudo entrar en la tienda y empatarse con un paquete de ese codiciado producto. Un producto que, por cierto, decía Made in USA. Si eso era así, entonces, ¿dónde estaba el bloqueo?, se preguntó el muchacho.  

 

Ahora el muchacho, casi en ayunas debido a la inexistencia en su casa de leche, pan o cualquier otro alimento con que aliviar el vacío de su estómago, se halla sentado junto a una ventana, meditando acerca de la situación insoportable que padecen los cubanos. Y piensa el muchacho en los cuentos que le ha hecho su abuela sobre los sucesos de 1994, cuando él aún no había nacido. Su padre también estaba en una situación límite a causa de las desventuras del llamado Período Especial. Lo único que abundaba era la nada cotidiana, como bien expresó Zoe Valdés en uno de sus libros. 

 

Su padre tuvo que comer pizzas de preservativos porque no había queso; papas rellenas con papas porque no había carnes para echarles dentro; y debió ir muchas veces a los campos para conseguir algunas viandas, porque en los poblados las placitas estaban vacías. Por eso su padre no vaciló cuando el pueblo salió a las calles aquel 5 de agosto, en la zona del malecón habanero, a protestar contra el régimen castrista. Su padre fue duramente reprimido por las turbas del contingente Blas Roca, convertido por el castrismo en una fuerza paramilitar destinada a contener las ansias de libertad de los cubanos. 

 

  Su padre fue enviado a prisión, donde debió afrontar las duras condiciones de un encarcelamiento que no reconoce la condición política de los reos que se oponen al castrismo. Y ahora, desde su exilio en Estados Unidos, su padre lo insta a que, cuando se presente la más mínima oportunidad, se incorpore a la resistencia contra este régimen de oprobio. 

 

  Ensimismado en esas ideas estaba el muchacho cuando oyó un tumulto de voces provenientes de la calle. Se asomó a la ventana y vio a hombres,  mujeres y niños que marchaban hacia el parque central del poblado. La primera impresión del muchacho fue que podría tratarse de uno de los tantos mítines de repudio que las castristas Brigadas de Respuesta Rápida le ofrecen a cualquier opositor.

 

  Recuerda el muchacho el último mitin de repudio que sufrió un periodista independiente que reside en el mismo poblado. Le tiraron objetos contra su casa, y le profirieron las más obscenas de las palabras. Todo matizado con la coletilla de que era un “mercenario al servicio del enemigo”.  

  

Pero no. Pronto el muchacho se convence de que está sucediendo lo que él tanto ha esperado. Algunos de los marchistas portan carteles que expresan “Abajo la dictadura”. Y otros dicen “libertad, libertad”. Son los ciudadanos de este poblado que no aguantan más las carencias materiales y la opresión política que imponen las autoridades. Sin pensarlo dos veces, el muchacho abre la puerta y se lanza a la calle para fundirse con los manifestantes. No ha tenido tiempo de despedirse de su abuela. La patria lo llama, y él le responde como buen cubano.   

  

La abuela se percata de que su nieto ha salido velozmente de la casa. No demora mucho la anciana para darse cuenta de quiénes son las personas que marchan calle arriba en dirección al parque de la localidad. Como casi todas las personas de edad avanzada, la abuela es presa de un conservadurismo inicial que la lleva a preocuparse por la integridad de su nieto. Podría ser reprimido por la policía. Podría ir a prisión. Sin embargo, ese nerviosismo de los primeros momentos da paso a la convicción de que su nieto ha elegido el camino correcto. Dio el paso al frente cuando el pueblo ha dicho ¡basta!

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